Comentario
Guerra de Cuahutemallan
De Utlatlan fue Albarado a Cuahutemallan, donde fue recibido muy bien y hospedado. Había a siete leguas de allí una ciudad muy grande y a orillas de una laguna, que hacía guerra a Cuahutemallan y Utlatlan y a otros pueblos. Albarado envió allí a dos hombres de Cuahutemallan a rogarles que no hiciesen mal a sus vecinos, que los tenía por amigos, y a requerirles con su amistad y paz. Ellos, confiados en la fuerza del agua y multitud de canoas que tenían, mataron a los mensajeros sin temor ni vergüenza. Él entonces fue allá con ciento cincuenta españoles y otros sesenta de a caballo y muchos indios de Cuahutemallan, y ni le quisieron recibir ni aun hablar. Caminó cuanto pudo con treinta caballos la orilla de la laguna hacia un peñón, poblado dentro del agua. Vio entonces un escuadrón de hombres armados; lo acometió, lo rompió y lo siguió por una estrecha calzada, donde no se podía ir a caballo. Se apearon todos, y a vueltas de los contrarios entraron en el peñón. Luego llegó el resto de la gente, y en breve tiempo lo ganaron y mataron a mucha gente. Los otros se echaron al agua, y a nado se pasaron a una isleta. Saquearon las casas, y se salieron a un llano lleno de maizales, donde asentaron el campamento y durmieron aquella noche. Al otro día entraron en la ciudad, que estaba sin gente. Se asombraron de cómo la habían abandonado siendo tan fuerte, y fue la causa perder el peñón, que era su fortaleza, y ver que dondequiera entraban los españoles. Recorrió Albarado la tierra, prendió algunos hombres de ella, y envió tres de ellos a los señores a rogarles que viniesen de paz y serían bien tratados; pero que si no, los perseguiría y les talaría sus huertas y labranzas. Respondieron que jamás su tierra había sido hasta entonces dominada de nadie por la fuerza de las armas; pero que, pues él lo había hecho con tanta valentía, ellos querían ser sus amigos; y así, vinieron y le tocaron las manos, y quedaron pacíficos y servidores de los españoles. Albarado se volvió a Cuahutemallan, y al cabo de tres días vinieron a él todos los pueblos de aquella laguna con presentes, y a ofrecerles sus personas y hacienda, diciendo que por cariño a él, y por quitarse de guerra y enojos con sus vecinos, querían paz con todos. Vinieron asimismo otros muchos pueblos de la costa del Sur a entregarse, para que les favoreciese; y le dijeron que los de la provincia de Izcuintepec no dejaban pasar por su tierra a nadie que fuese amigo de cristianos. Albarado fue a ellos con toda su gente; durmió tres noches en despoblado, y después entró en el término de aquella ciudad; y como nadie tiene contratación con ella, no había camino abierto mayor que senda de ganado, y éste todo cerrado por espesas arboledas. Llegó al lugar sin ser visto, los cogió en las casas, pues por la gran cantidad de agua que caía no andaba nadie por las calles; mató y prendió a algunos; los vecinos no se pudieron juntar ni armar, al ser asaltados así. Huyeron la mayoría; los otros, que esperaron y se hicieron fuertes en algunas casas, mataron a muchos de nuestros indios e hirieron a algunos españoles. Y quemó el pueblo, y avisó al señor que haría otro tanto con los panes, y aun con ellos, si no prestaban obediencia. El señor y todos los demás vinieron entonces y se entregaron. Con esto se detuvo allí ocho días, y acudieron a él todos los pueblos de la redonda, ofreciéndole su amistad y servicio. De Izcuintepec fue Albarado a Caetipar, que es de lengua diferente, y de allí a Tatixco, y luego a Necendelan. Mataron en este camino a muchos de nuestros indios rezagados; tomaron mucho fardaje, y todo el herraje e hilado para las ballestas, que no fue pequeña pérdida. Envió tras ellos a Jorge de Albarado, su hermano, con cuarenta de a caballo, mas no lo pudo recobrar, por más que corrió. Todos los de Necendelan llevaban sendas camapanillas en las manos peleando. Estuvo en aquel pueblo más de ocho días, en los cuales no pudo atraer a los moradores a su amistad, y se fue a Pazuco, que le rogaban, pero con traición, para matarle con seguridad. Tropezó en el camino con muchas flechas hincadas por el suelo, y a la entrada del lugar algunos hombres que hacían cuartos a un perro; y tanto lo uno como lo otro era señal de guerra y enemistad. Vio luego gente armada, peleó con ella hasta sacarla del pueblo, la siguió y mató a mucha. Fue a Mopicalanco, y de allí a Acayucatl, donde bate el mar del Sur; y antes de entrar adentro halló el campo lleno de hombres armados, que, sabiendo su venida, le atendían para pelear con gentil semblante. Pasó cerca de ellos; y aunque llevaba doscientos cincuenta españoles a pie y ciento de a caballo, y seis mil indios, no se atrevió a romper en ellos, porque los vio fuertes y bien ordenados. Mas ellos, en pasando él, arremetieron hasta agarrar los estribos y colas de los caballos. Revolvieron los de a caballo, y después todo el cuerpo del ejército, y casi no dejaron a ninguno de ellos vivo, así porque pelearon valientemente sin volver un paso atrás, como por llevar pesadas armas, pues en cayendo no se podían levantar, y huir con ellas era por demás. Eran aquellas armas unos sacos con mangas hasta los pies, de algodón retorcido, duro y de tres dedos de grueso. Parecían bien con los sacos pues eran blancos y de colores, con muy buenos penachos que llevaban en la cabeza. Llevaban grandes flechas, y lanzas de treinta palmos. En este día quedaron muchos españoles heridos, y Pedro de Albarado cojo, pues de un flechazo que le dieron en una pierna, le quedó más corta que la otra cuatro dedos. Peleó después con otro ejército mayor y peor, porque llevaban larguísimas lanzas y enarboladas; mas también lo venció y destruyó. Fue a Mahuatlan, y de allí a Athlechuan, donde vinieron a dársele de Cuitlachan; pero con mentiras, para descuidarle, pues su intención era matar a los españoles, porque, como eran tan pocos, pensaban todos poderlos fácilmente sacrificar. Albarado supo su mal propósito, y les rogó con la paz. Ellos se ausentaron de la ciudad, y estuvieron muy rebeldes haciéndole la guerra, en la cual le mataron once caballos, que se pagaron con los cautivos que se vendieron por esclavos. Estuvo allí cerca de veinte días sin poderlos atraer, y se volvió a Cuahutemallan. Anduvo Pedro de Albarado en este viaje cuatrocientas leguas de trecho, y casi no obtuvo despojo ninguno; pero pacificó y redujo a su amistad muchas provincias. Padeció mucha hambre, pasó grandes trabajos, y ríos tan calientes, que no se dejaban vadear. Le pareció tan bien a Pedro de Albarado la disposición de aquella tierra de Cuahutemallan y la manera de ser de la gente, que acordó quedarse allí y poblar, según la orden e instrucción que de Cortés llevaba. Así que fundó una ciudad y la llamó Santiago de Cuahutemallan. Eligió dos alcaldes, cuatro regidores, y todos los oficios necesarios a la buena gobernación de un pueblo. Hizo una iglesia del mismo nombre, donde ahora está la silla del obispado de Cuahutemallan. Encomendó muchos pueblos a los vecinos y conquistadores, y dio cuenta a Cortés de todo su viaje y pensamiento, y él le envió otros doscientos españoles y confirmó los repartimientos, y ayudó a pedir aquella gobernación.